En sociología y psicología social, la confianza es la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de una manera concreta en una determinada situación. La confianza es una hipótesis sobre la conducta propia y futura de otros. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse por el no-control de los otros, de las circunstancias y del tiempo.
La confianza se considera por lo general la base de todas las instituciones. Todo es cuestión de confianza pues sin ella no podríamos convivir. Al subir a un tren, a un autobús o al avión, ponemos nuestra confianza en su conductor o piloto en la creencia de que nos llevarán a destino sanos y salvos. Cuando nos sirven un plato en un restaurante confían en que después de degustarlo abonaremos la cuenta, de la misma manera en que nosotros confiamos que los alimentos están en buenas condiciones para ser consumidos. Vamos al médico o al abogado con la confianza de que nos van a curar o ayudar a resolver la controversia. Las relaciones comerciales, las relaciones amistosas, las relaciones amorosas, las laborales, las de la sociedad en general, se basan en la confianza entre las personas. El éxito de las empresas tiene como fundamento básico la unión y confianza entre los miembros de los equipos.
La confianza es una potentísima energía que nos provee de alegría, optimismo, esperanza, seguridad y en el fondo, bienestar y felicidad. La confianza nos hace sentirnos libres, fuertes y mejores. Por el contrario, la desconfianza y el recelo debilitan, nos generan malestar, miedo, tensión, insatisfacción y sufrimiento. Cuando alguien ha violado gravemente la confianza que habíamos depositado en él -sobre todo si nos han traicionado varias veces- se apodera de nosotros la duda constante y la inquietud. A partir de ahí, la respuesta es la parálisis que nos impide tener iniciativas. Sufrimos desconfianza.
El hombre necesita confiar en sus congéneres para poder vivir. Sólo a través del vínculo social basado en la confianza ha sido posible nuestro desarrollo como especie. El bebé necesita de sus padres para salir adelante. Requiere sus cuidados, atenciones y debe recibir sobre todo amor y confianza. Por eso los niños que no reciben amor, son reprimidos y castigados arbitrariamente por sus progenitores o las personas que les cuidan, serán adultos inseguros, con baja autoestima personal, recelosos, sin confianza en sí mismos y desconfiados con los demás. En definitiva, personas insatisfechas y con dificultades para obtener momentos de felicidad.
La confianza es pues el sentimiento por el cual nos conducimos seguros en la vida y nos permite darnos y recibir de los demás de manera satisfactoria. Por eso las relaciones comerciales se basan fundamentalmente en confianza. Sin confianza no pueden existir buenos negocios. La lealtad de los clientes y los proveedores alcanza su grado máximo existiendo confianza plena. En el comercio tradicional la palabra dada era sagrada: era por sí sóla, el mayor compromiso. No era necesario siquiera firmar un documento entre los contratantes pues el prestigio social y la honorabilidad de los comerciantes -sobre la base de la confianza- estaban absolutamente comprometidos sólo, a través de la palabra.
Cuando los ciudadanos no confían en sus gobernantes y en sus instituciones, el sistema político y la democracia se resienten gravemente. Por eso se dice que el sistema auténticamente democrático es aquél en el que los individuos se sienten seguros, confiados y pueden «dormir tranquilos». La desconfianza por contra genera recelos y malas relaciones a todos los niveles. Las tensiones entre países y las guerras parten siempre de la desconfianza y el miedo a sufrir agresiones. Muchas guerras preventivas se han iniciado por desconfianza y temor al supuesto enemigo por el que se teme ser atacado.
Para desarrollar confianza es necesario primero ser conscientes de que la confianza es algo que se construye y también se destruye. Cuando alguien ha recibido siempre confianza y no la ha traicionado, tiende a comportase más generosamente con los demás: es más confiado. Por el contrario, el defraudado reacciona con mayor cautela y suele ser más exigente en sus relaciones con los otros a quienes exige un comportamiento casi impecable. Por eso se dice que la confianza se crea y se destruye, se gana y se pierde. Se gana poco a poco, pero se pierde con extraordinaria rapidez. Todos sabemos que cuando se ha roto, es muy difícil de reestablecer. Es algo así como una figura de porcelana, podemos volver a pegar los trozos rotos pero siempre, notaremos las señales de la fractura.
La confianza implica reciprocidad. No puede ser unilateral: prestada por una de las partes. A medida que vamos relacionándonos con otros y comprobamos que cumplen con nuestras expectativas, experimentamos que aquella crece y se consolida. Esperamos confiados porque estamos convencidos de que vamos a recibir por otros aquello a lo que se comprometieron. Damos en la confianza de que recibiremos. Aquellos que sólo reciben y nunca dan, acaban con la confianza y con la relación. Por eso cuando se establece una relación de mutua confianza y se ha firmado un pacto y quien lo incumple lo hace mediante engaño, ese engaño se considera especialmente grave pues el que lo ha consumado, se ha aprovechado de la confianza previa existente.
La confianza debemos saber administrarla. Tenemos que ser pacientes y saber ganarnos la confianza de los demás. No podemos pretender que todo el mundo confíe en nosotros inmediatamente. Hay que aprender a construirla y ganarla poco a poco. De igual manera no siempre se puede confiar en todo el mundo y en cualquier circunstancia. Sería una actitud no cautelosa. La realidad cotidiana nos dice que, en determinadas circunstancias, resulta necesario saber tomar precauciones. No podemos ser ingenuos y exigirla o darla incondicionalmente. Cada persona se abre o da, lo que puede o lo que sabe, según su forma de ser y entender la vida. Hay que ser pacientes y conocernos bien y conocer a los demás, pues no todo el mundo es igual ni responde de la misma manera o igual que nosotros. Por eso quizá alguien dijo que: “Siempre confía plenamente el que nunca engaña”.